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jueves, 7 de julio de 2011

El antichávez


La escogencia del candidato opositor (Mesa de la Unidad Democrática y Sociedad Civil) se dará en un marco excepcional. En la rutina democrática que caracterizó la vida política durante 40 años, el evento de diciembre de 2012 sería un nuevo episodio electoral, que determinaría la elección de un mandatario y la conformación de un gobierno sintonizado con una oferta programática. Pero en la Venezuela de 2011 la situación es distinta. A lo largo de 12 años Chávez ha construido un modelo diferente, de naturaleza autocrática y en camino hacia un régimen claramente totalitario.


De esta manera, no se trata de una simple confrontación de candidatos a partir de sus atributos, virtudes y la calidad de sus ofertas, sino de un escenario propicio para la confrontación de dos visiones radicalmente diferentes.
En el camino de perfilar su propuesta ideológica, el chavismo ha confiscado los poderes públicos; debilitado al máximo el aparato productivo privado; vulnerado los derechos humanos y en especial, la libertad de expresión; ocupado espacios propios de la sociedad y como es lógico, también mediatizado la estructura electoral. Todo ello en la línea de garantizar las condiciones que aseguren la perpetuación en el poder sin límite de tiempo.
Es la vieja sentencia según la cual, “las revoluciones no tienen edad”. El acto electoral se convierte, en consecuencia, en un mecanismo para la relegitimación de un sistema de gobierno y no como es consustancial en la democracia, en una oportunidad para el cambio y la alternancia. Este cuadro hace de por sí, más compleja la selección de un candidato presidencial que deberá enfrentar no solo a un gobierno sino a un sistema, a una estructura de poder que, además, en este caso, se emparenta con formas propias del neototalitarismo.
Si en el juego democrático los candidatos se escogen por su trayectoria, sus luchas, su capacidad de liderazgo y lo atractivo de los programas que ofrecen, en este caso ello cede paso a una necesidad fundamental que hace del aspirante el factor de una decisión plesbicitaria, en blanco y negro. Existirían entonces dos condiciones básicas para la selección de un candidato con opción de victoria: que su postulación sea el producto de una selección suficientemente amplia, participativa , abierta, que exprese un sentimiento colectivo más allá de las visiones ideológicas y partidistas; y en segundo término, que el escogido sea capaz de entusiasmar a las mayorías en función del cambio, de la modificación del actual estado de cosas. Es decir, debería ser un candidato capaz de entusiasmar y activar al inmenso mundo democrático (no solamente al “antichavismo”), que apuesta por el retorno pleno a la democracia, corrigiendo las fallas y los errores del pasado, pero enfrentando la costosa “falsificación revolucionaria” que ha conducido al país a una situación cada vez más insostenible.
Por supuesto, la escogencia de un candidato que se corresponda con este perfil no es tarea fácil y está sometida al riesgo del fracaso. Los esfuerzos que hace la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) para perfilar una fórmula presidencial que exprese a la mayoría nacional, es importante y significativa.
La adopción del método de las primarias es de por sí un avance invalorable. Falta ahora, que en su seno priven los intereses nacionales sobre los cálculos legítimos pero inconvenientes en este tiempo, de las formaciones partidistas.
Obviamente, al final será la evolución de un cuadro cada vez más conflictivo e impredecible el que ofrecerá la posibilidad de crear una fuerza suficientemente poderosa no solamente para ganar la presidencia sino para ejercer el poder en función de una inaplazable corrección del rumbo totalitario. Por esta vía se abriría el retorno a la democracia y al juego transparente de la alternabilidad. Tarea demasiado exigente pero que es en definitiva, la tarea que imponen el tiempo y las circunstancias. 

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